El pueblo estoico

Deriva circular sobre el mediometraje “El Pueblo” de Carlos Saguier (1969)

Por Rubén Aguilera

Lo bello queda oculto a los ojos de aquellos que no buscan la verdad.

TARKOVSKI, 1988, p.65

El film, que ya no es, sino un calco digital, cayó en mis manos hace un año por obra de algún universo paralelo lleno de bondad, dejando en mi pobre visionado, demasiadas preguntas que no pude desempolvar, dadas las inexistentes posibilidades de encontrar material palpable y leíble, sobre esta rareza primera del gateante cine paraguayensis. Pero el fútbol ko siempre da segundas oportunidades, y casi cuatrocientos días después, tuve el milagro de ver otro milagro, ver/presenciar/sentir El pueblo, en una proyección pública, pero con el familiar agregado de tener presente a Don Carlitos Saguier, susurrándonos entre apretujes y ventiscas nocturnas, manchadas con flashes de iphone y continuos chismes al fondo; los porvenires de su obra, detallada en sus sonrientes párrafos orales, más como un viaje de sentimiento y descubrimiento personal/socio grupal selecto (en el rodaje de los años sesenta, y luego abierto para con nosotros, tras cincuenta y pico de años) que como un proceso rígido y elaborado, donde la motivación cumbre, expresada en redes sociales por Antonio Pecci (asistente de dirección/mano derecha de Saguier) era la de “vamos al campo, vamos a retratar lo que no somos”.

Sucesión continua de íconos. Pea he’i akue Saguier a cierta hora de esa breve charla que nos compartió un jueves de agosto; y quiero creer que la voy a atesorar para lo que me sigue en la vida. Porque viajé tantas veces al interior puro y duro de nuestra tierra colorada, coleccionando en mi instagram mental, todas aquellas representaciones que luego ví reflejadas en El pueblo, de una manera tan limpia y pura, pintadas sin artificio, por el artista más sincero de todos, como si la pesada cámara, tan sólo fuera una caja de cartón infantil, que hasta casi me deja tocar los duros callejones llenos de humo y polvo, que recorren los cachetes narrativos, de esa dulce anciana, que amasa la arcilla, como amasa el vori vori heterei que convida al hijo y al nieto. Porque yo, no utilizo la siesta paraguaya para dormir (mis disculpas por tal traición), sino para continuar en pie, desde niño y hasta siempre, pudiendo declararme como un observador pasivo de este acontecimiento que va luego del almuerzo, hasta las dos de la tarde, donde todos deben reposar; yo observo entonces que el jasy jatere recorre los maizales, con la calmada pero no despreciable, ola de viento que recorre los mangales, haciendo sacudir las pesadas hamacas, que contienen gorditos recién alimentados. Eso, Saguier y su gente lo pusieron en la pantalla, volvieron cinematográfico el viento de la siesta paraguaya, que me chocó en la frente y me secó el estupor presente, por ver esta temporalidad paraguaya tan común, puesta ahora sobre una pantalla, realmente ko esto era cine paraguayoite, ha che aimetete aĩ primera fílape. Ndagueroviai, pero El pueblo che ajuda.

Mujeres en grupo con rosarios y velas, deletreando rezos particulares a la ocasión, mientras los hombres chismosean sobre anécdotas atemporales en presencia de humo tabacalero y alcohol astringente. Pero ambos sexos están unidos en esa marcha de pasos pesados que se da a lo largo de las escenas, caminar ininterrumpido que esperemos llegue alguna vez a todas nuestras veredas sentimentales, aunque nosotros no estemos marchando a ninguna parada de ómnibus siquiera. El montaje final retrae mi memoria a “La hora de los hornos” de Pino Solanas, proyectada un año antes que El Pueblo, especialmente con la escena del matadero, mediante la cual me hice vegetariano por un buen tiempo (luego perdí esa batalla vergonzosamente), pero la alusión que creo estoy teniendo con esta conexión (aún estoy digiriendo El Pueblo) es que podemos creer en El Pueblo, como punto de partida para la creación cinematográfica de toda persona autora o partícipe de este hermoso nuevo cine paraguayensis (y no creo que vayamos a perder esa batalla).

El pueblo, con todas sus ideas y vueltas, como si de tesoro maldito se tratara, engloba en su propia personificación, la historia del Paraguay: creación y natividad milagrosa, pese a la hostilidad de ambiente exterior e interior, fue forjado con valentía y viveza sincera, representando a los insiliados en la pantalla, para luego ser castigados los fundadores, con el olvido y el rechazo popular de los altos choferes de la nación stronista, y tras el conteo de incontables décadas, volver a emerger, gracias al respiro de contados rescatistas, que reflejan lo mismo que ésta obra y su interior: estoica resistencia.

Aguije, El pueblo.

BIBLIOGRAFÍA

-TARKOVSKI, Andrei. “Esculpir en el tiempo”. Berlín: Verlag Ullstein GmbH, (1988). Ediciones Rialp (trad.). Madrid, España (2012).

– ZARACHO, María. Lo antropológico en El pueblo (Saguier, 1969). Mitos en torno a los imaginarios visuales de lo “paraguayo”. Asunción. Universidad Católica Nuestra Señora de la Asunción. (2017)

FILMOGRAFÍA

– SAGUIER, C. PECCI, A. (productores) y SAGUIER, C. (director). (1969). El pueblo [mediometraje]. Paraguay. Cine arte experimental.

– GRUPO CINE LIBERACIÓN (productora) y SOLANAS, F.,GETINO, O. (directores). (1968). La hora de los hornos (largometraje documental). Argentina. Grupo cine liberación.

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